En la víspera del Cabildo Abierto del lunes 22, en la calle se hacía sentir la demanda popular de cambios. La chispa que se hará fuego en mitad de la Plaza ya era imposible de detener. Télam repasa el día a día de la Semana de Mayo en diálogo con el historiador Norberto Galasso. Hasta que salga el sol del 25, que viene asomando.

"Revolución de Mayo", la obra del pintor catalán Francisco Fortuny.

Por Daniel Giarone

El Virrey Cisneros había comprometido un Cabildo Abierto para el 22 de mayo. El Virrey Cisneros, a través del Cabildo, había hecho la lista de los vecinos que participarían en él. El Virrey Cisneros, a través de la imprenta de los Niños Expósitos, había mandado a hacer las invitaciones. Pero al Virrey Cisneros nadie le creía demasiado. Y cuando uno no cree, se junta en la Plaza. Entre otras cosas, para saber de qué se trata.

Al menos esto es lo sucede en Buenos Aires. O lo que ocurre desde aquel día hasta hoy. Porque en la Plaza de la Victoria, hoy Plaza de Mayo, los muchachos de La Legión Infernal que encabezan French y Beruti no creían que Cisneros fuera a renunciar.

Entonces, a eso de las nueve de la mañana, se juntaron en la Plaza de la Victoria y se dieron una vueltita por el Cabildo, donde los cabildantes departían sobre los problemas de la ciudad y acerca de otras cosas sin importancia.

“La Legión Infernal se le llamaba a lo que hoy diríamos activistas, los militantes, quienes tienen una importancia fundamental en el contacto con la gente y quienes, en los momentos decisivos, son lo que promueven la acción popular”, explica a Télam el historiador Norberto Galasso.

Y abunda: “Eran los hombres que venían con nuevas ideas a conmover el sosiego y la paz de la dominación. De ahí que se los calificara como ‘infernales’, por las nuevas ideas que portaban. Del mismo modo que generalmente se ha tratado de denigrar todo aquello que implicara la subversion del orden constituido”.

Entonces Los Infernales, en un número aproximado de 600, armados con pistolas y puñales y portando retratos de Fernando VII, se juntan en la Plaza de la Victoria y caminan hasta el Cabildo, que como ya dijimos estaba en otra cosa. Una vez allí dicen que si no se hace el Cabildo Abierto va a tronar el escarmiento. Y si no se va Cisneros también.

Recién cuando el síndico Leiva puso la cara y comprometió la realización del cónclave previsto para el día siguiente los ánimos se apaciguaron un poco. Y aún un poco más cuando el jefe del regimiento de Patricios, Cornelio Saavedra, confió a los infernales el apoyo militar a la causa patriota.

El pueblo no sólo quiere saber de qué se trata sino que también exige cambios. (Ilustración de Rep).

Una Plaza para la Victoria

Cuando los cabildantes retomaron sus morosas y burocráticas rutinas lo hicieron con dos certezas que, a más de uno, le habrá causado escozor: 1) a partir del 22 de mayo las cosas difícilmente volverían a ser lo que eran; 2) La Plaza, esa plaza que era el corazón de la Gran Aldea, estaba llamada a ser escenario de grandes gestas, que la salpicarían de alegrías y tristezas por lo menos durante más de 200 años (así de avisados estaban algunos).

¿Cómo era Buenos Aires en 1810? En “Los mitos de la historia argentina”, Felipe Pigna, anota: “Ir de shopping llevaba muy poco tiempo. Bastaba atravesar la Plaza de la Victoria y recorrer la Recova, donde estaban los puestos de los ‘bandoleros’, como se llamaba entonces a los merceros, frente a una doble fila de negocios de ropa y novedades. Esto daba cierto margen para la vida nocturna, que tenía en las tertulias su expresión más elegante”.

“En la Plaza de la Victoria había negocios, en lo que después se llamó La Recova”, relata Galasso, quien detalla que “era un lugar donde se movía en general la gente de lo que hoy diríamos clase media, aunque no existía como tal en aquel entonces, ya que era una sociedad en formación”.

En la Plaza de la Victoria el historiador detalla que estaban también “quienes realizaban las tareas más populares, como el aguatero, el sereno, el cartero, etc., además de aquel comercio limitado y restringido que se ubicaba principalmente en las calles y en los alrededores”.

“Una vez a la semana -narra Pigna- ‘la parte más sana del vecindario’, como definía el Cabildo a sus miembros, es decir, los propietarios porteños, concurría al teatro para asistir a paquetas veladas de ópera y disfrutar de las obras de teatro de Lavardén”.

Será a partir del 21 de mayo que aquel cielo comenzará a acercarse rápidamente al infierno y todo lo que sucedía “sobre las tablas” cambiará de escenario, para trasladarse al corazón mismo de la Plaza.

De la Plaza al Cabildo y del Cabildo a la Plaza

“El Excmo. Cabildo convoca á Vd. para que se sirva asistir, precisamente mañana 22 del corriente, á las nueve, sin etiqueta alguna, y en clase de vecino, al cabildo abierto que con avenencia del Excmo. Sr. Virrey ha acordado celebrar; debiendo manifestar esta esquela á las tropas que guarnecerán las avenidas de esta plaza, para que se le permita pasar libremente”.

Así decía la invitación que Cisneros y el Cabildo habían mandado a repartir el 21 de mayo y que estaba destinada, en principio, a los vecinos promientes de la ciudad. Pero ya dijimos que el diablo había metido la cola y el encargado de la impresión, Agustín Donado, un infernal como cualquier otro, imprimió muchas más de las ordenadas para repartirlas entre los criollos, a los que los chisperos de la revolución franquaerían el paso el día siguiente.

Galasso dice que “se estaban haciendo algunas trampitas”. “El Virrey convoca para el día 22 especialmente a los sectores acomodados y que podían responderle. Sin embargo, desde la Imprenta de los Niños Expósitos se imprimen invitaciones por demás, en un número mayor al que pretendía Cisneros”.

“Esto da lugar -explica- a que haya un ingreso de sectores populares al Cabildo Abierto. A tal punto que después el Virrey, cuando manda el informe a España, dice que se votó a gusto de la chusma, refiriéndose a sectores marginales, sin representatividad social suficiente”.

Según el ensayista, “esto fue lo que hizo posible una votación a favor de las nuevas ideas, porque sino el Cabildo era manejado por el Virrey. Se convirtió así en un Cabildo Abierto, con presencia del pueblo”. Entones la historia, comenzará a escribirse con mayúsculas.