Desde el plano médico al sociológico, especialistas de diferentes disciplinas expresan su punto de vista sobre qué aprendimos de la Covid-19. El uso del barbijo, por ejemplo, ¿llegó para quedarse para ingresar a un hospital? Qué papel juega el cambio climático, entre otras reflexiones.
Por Natalia Concina
Las enfermedades zoonóticas pueden poner en jaque al mundo, los virus respiratorios se transmiten por aire, las pandemias son fenómenos eminentemente sociológicos, el uso de barbijos debería sostenerse pospandemia en situaciones de riesgo y con vacunar no basta (deberíamos apuntar a prevenir), son los cinco puntos que especialistas de diferentes campos destacan al hacer un balance sobre lo que podemos aprender de la Covid.
1) Las enfermedades zoonóticas pueden poner en jaque al mundo
Por Pilar Fernández, investigadora argentina de la Escuela de Salud Global Paul Allen de la Universidad del Estado de Washington
En esta nueva era que llamamos antropoceno hay un aumento en la emergencia de enfermedades zoonóticas, es decir que estos saltos entre los patógenos que están circulando entre los animales hacia humanos, los animales domésticos y ganado han definitivamente ido en aumento por varias razones.
Esto se debe a diversas causas. El cambio climático es un factor importante, sobre todo el cambio en el uso de la tierra y cómo los humanos y las actividades económicas están modificando las tasas de contacto entre los animales y las personas y entre los animales silvestres y los domésticos.
A modo de ejemplo, basta con recordar que en los últimos 20 años surgieron tres nuevos coronavirus (SARS 1, MERS y SAR 2), y como las comunidades científicas venían trabajando con el SARS 1 y el MERS pudieron desarrollar las vacunas para Covid-19 más rápido.
Todavía tenemos un montón de incógnitas y cuestiones a resolver para poder prevenir futuras pandemias y eventos emergentes; por ejemplo, una acción sería hacer vigilancia en los animales silvestres y detectar cuáles son los reservorios.
Otro tema de la vigilancia es poder determinar por qué está habiendo una desconexión entre el lugar donde se dan los saltos (de los patógenos de los animales a las personas) y donde se producen los brotes.
Una de las cosas que esperamos deje la pandemia es sistemas de vigilancia más efectivos para que no se llegue tarde a la detección sino que se puedan anticipar los brotes y para eso tiene que haber una mejora también en los sistemas de salud de atención primaria.
En esta nueva era que llamamos antropoceno hay un aumento en la emergencia de enfermedades zoonticas expres Pilar Fernndez investigadora argentina de la Escuela de Salud Global Paul Allen Foto Germn Pomar
"En esta nueva era que llamamos antropoceno hay un aumento en la emergencia de enfermedades zoonóticas", expresó Pilar Fernández, investigadora argentina de la Escuela de Salud Global Paul Allen. Foto: Germán Pomar.
Por otra parte, también se debería repensar las formas de producción, utilización de los suelos, los territorios y contemplar el impacto ambiental más allá del rédito económico porque, como enfatiza la Organización Mundial de la Salud, se trata de una sola salud (la del ambiente y la de las personas).
2) Los virus respiratorios se transmiten por el aire
Por Andrea Pineda Rojas, investigadora del CONICET en el Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA), Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, UBA.
Las formas de transmisión del coronavirus fueron un debate en el comienzo de la pandemia. En un principio la Organización Mundial de la Salud (OMS) negó que el SARS-CoV-2 se transmitiera por aerosoles, esas pequeñísimas partículas que emitimos al hablar o tan sólo al exhalar. El organismo afirmaba que el coronavirus se transmitía principalmente por gotículas (las partículas de gran tamaño que emitimos mayormente cuando tosemos o estornudamos) que podían impactar en ojos, nariz o boca, o al tocar superficies contaminadas (fómites).
En julio de 2020, un grupo de 230 investigadores liderado por Lidia Morawska, le pidió a la OMS que reconociera la importancia de los aerosoles como mecanismo de transmisión. Pero fue recién en diciembre de 2021, casi dos años después de declarada la pandemia, que el organismo aceptó que los aerosoles eran la principal forma de contagio.
En términos prácticos, la diferencia entre que el coronavirus se contagie por gotículas o por aerosoles es muy importante porque cambian las principales medidas de prevención: mientras que para evitar la transmisión por gotas que emitimos al toser o estornudar alcanza con alejarnos dos metros de la persona infectada o usar cualquier tapabocas, para reducir el riesgo de contagio por aerosoles hay que hacer más cosas.
Por ejemplo, ventilar es muy importante cuando compartimos el aire con muchas personas durante varias horas, como puede ser en la escuela o en una oficina, porque los aerosoles permanecen en el aire y se acumulan cuando éste no es renovado. Cuanto mayor es la concentración de aerosoles en aire y el tiempo de exposición, mayor es el riesgo de contagio; pero si se ventila lo suficiente, es posible evitar la acumulación. Cuánto hay que ventilar depende del tamaño del lugar, de la cantidad de personas y de la actividad que están realizando (por ejemplo, al hablar o hacer actividad física liberamos más aerosoles). La manera más sencilla de controlar que la ventilación sea suficiente es medir la concentración de dióxido de carbono (CO2) y verificar que la misma se encuentra por debajo de los 800 ppm.
Por supuesto que si se está cerca de la persona infectada la probabilidad de contagio aumenta porque la concentración de estas partículas es mayor cuanto más cerca se está de la fuente.
A mediados del año pasado se publicó en Science una revisión de más de 200 trabajos científicos que muestra que los aerosoles son una vía de contagio importante de casi todas las enfermedades respiratorias. Esto significa que es posible reducir su incidencia utilizando las mismas medidas de prevención de Covid-19.
3) Las pandemias son fenómenos eminentemente sociológicos
Por Daniel Feierstein, sociólogo e investigador de Conicet
Una importante lección, aunque en general no aprendida, es que las pandemias son fenómenos eminentemente sociológicos. La propagación de la enfermedad o la posibilidad de su control dependieron enteramente de actividades humanas (en el caso del COVID-19 salir o no salir, utilizar determinadas protecciones como los barbijos, ventilar los ambientes, priorizar los encuentros al aire libre y no en lugares cerrados, organizar las rutinas o transportes, establecimiento de controles en puestos fronterizos o aeropuertos, etc.). Todas estas decisiones son sociales, no médicas.
Estos componentes sociológicos involucraron varias dimensiones: la organización logística de las actividades y el esquema diseñado de cierres o aperturas, la asistencia a las poblaciones afectadas por las transformaciones necesarias de las actividades, el reemplazo de tareas presenciales por otras virtuales cuando ello resultaba posible, las formas de comunicación de las decisiones públicas. Pero tan importante como ello resultó la construcción de representaciones sociales de la realidad que hicieran un lugar a información certera sobre las modalidades de transmisión de un virus nuevo, ya que el propio conocimiento iba cambiando sobre la marcha.
Estas representaciones sociales se componen fundamentalmente de tres campos: cognitivo (el que hace propiamente a la circulación de información), emocional (al conectar con posibles estados de ánimo que inciden en los comportamientos) y ético-moral (en tanto decisiones políticas que oponen valores, como la vida de los más vulnerables frente a la continuidad de la actividad económica, entre muchas otras).
El difícil equilibrio entre la incertidumbre, la necesidad de primacía del principio precautorio (evitar una tragedia posible ante la falta de información sobre su posible gravedad) y la actualización de la nueva información sobre la pandemia fueron mucho más importantes, en una perspectiva comparada de los distintos desempeños sanitarios nacionales o provinciales, que las decisiones eminentemente hospitalarias.
4) El uso de barbijos debería sostenerse pospandemia en situaciones de riesgo
Por José Luis Jiménez, químico e investigador en la Universidad del Colorado
Lo que hemos aprendido con el SARS-CoV-2, que ya sabemos que va por el aire, en realidad es aplicable a las demás enfermedades respiratorias como la gripe.
Se ha demostrado que los barbijos, con buen material y ajuste, reducen el riesgo de inhalar virus, de ahí la importancia de utilizarlos, sobre todo en espacios cerrados, pero también al aire libre cuando no se respeta la distancia.
Entonces en el invierno, aún cuando ya haya pasado la pandemia por Covid-19, en espacios interiores mal ventilados, en el caso de una persona mayor que va a un hospital, en los transportes públicos, en un viaje de avión que es muy largo, es decir en determinadas situaciones que uno considera de riesgo, el uso de barbijo debería quedarse. Y las autoridades deberían promocionarlo y distribuirlo.
Por ejemplo, cuando uno ingresa a un hospital en invierno te deberían dar una mascarilla e insistir en que te la pongas, sobre todo a las personas mayores.
Esto es algo que en algunos países orientales ya se venía haciendo. En Japón, por ejemplo, una persona que tiene gripe desde hace años se pone barbijo para no contagiar a los demás.
Creo que es un aprendizaje clave que occidente debería incorporar de aquí en más. Otro punto importante es la ventilación, y aquí hay que asumir que un espacio está mal ventilado hasta que se demuestre lo contrario porque en la mayoría de los países, muchísimos espacios públicos están mal ventilados. La forma de demostrar que un espacio tiene una ventilación adecuada es con la medición del dióxido de carbono (CO2).
5) Vacunar no basta, deberíamos apuntar a prevenir
Por Rodrigo Quiroga, bioinformático de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) e investigador del Conicet
Aunque parezca una verdad de perogrullo, la enorme mayoría de los gobiernos occidentales transmiten el mensaje opuesto a la población, diciendo que las infecciones ya no pueden prevenirse, pero que esto no importa porque ya no producen internaciones ni fallecimientos.
La evidencia que apareció en los últimos meses indica lo opuesto. Sabemos que las re-infecciones son ahora muy comunes, y que cada infección conlleva probabilidades de cursar enfermedad grave y/o de tener secuelas a largo plazo.
Siguen apareciendo variantes cada 3-6 meses que son capaces de producir grandes olas de contagio a nivel mundial, y a pesar de que el riesgo individual disminuyó significativamente con las vacunas, el riesgo poblacional de tener enormes porcentajes de la población contagiada 1,2 o 3 veces por año implica necesariamente una población más enferma, menos saludable, y con más muertes anuales que en la pre-pandemia.
Deberíamos implementar de manera urgente una campaña de información y prevención de contagio de enfermedades respiratorias incluyendo la COVID-19. La actualidad de Portugal debería ser ejemplificadora. En plena ola por la variante BA.5, tiene una mortalidad diaria 30% superior a la esperada, niveles nunca vistos desde el comienzo de la campaña de vacunación y superiores a los que tuvo durante todo 2020.
El viejo refrán “más vale prevenir que curar” siempre fue un pilar del sanitarismo y la salud pública, pero por algún motivo ahora parece no aplicar a este virus que cambia y se adapta y nos vuelve a sorprender una y otra vez, mientras la humanidad se empeña en ignorar y aplicar lo aprendido en dos años de pandemia. Apliquemos el sentido común, hagamos lo posible por prevenir la mayor cantidad de infecciones posibles mientras sigue avanzando el desarrollo de vacunas nasales y de segunda generación. Sabemos cómo hacerlo, las cuatro enseñanzas de arriba nos explican cómo.