Maestra del relato breve, la canadiense padecía demencia desde hace al menos una década. “¿Era importante que la historia se contara desde la perspectiva de una mujer?”, se preguntó en su discurso de aceptación del Nobel, en el que reflexionó sobre su escritura, marcada por la mirada femenina.
Ganadora también del prestigioso premio Booker en 2009, la autora de libros de cuentos como Las lunas de Júpiter, Escapada o Demasiada felicidad era la gran “maestra del cuento corto contemporáneo”, como la definió la Academia Sueca al entregarle el máximo galardón de las letras universales.
Munro, que empezó a cultivar su escritura en la década de los 50, usaba el tiempo libre que le dejaba la crianza de sus hijos para tramar sus historias, generalmente enclavadas en pueblos pequeños.
Primera canadiense en recibir el Nobel de Literatura, contaba entre sus grandes influencias con maestros del relato como Antón Chéjov.
Como las de este, las obras de Munro se centraban siempre en los senderos más oscuros de las relaciones entre vecinos, especialmente las relaciones entre madres e hijas, un tema especialmente recurrente en su obra.
“¿Era importante que la historia se contara desde la perspectiva de una mujer?”, se preguntaba en su discurso de aceptación del Nobel, en el que reflexionaba sobre su escritura, marcada, en su estilo, por la mirada femenina, y en su fondo, por las historias de las mujeres en un medio hostil como era el Ontario en el que vivió gran parte de su vida.
“Quiero que mis historias emocionen a las personas”, reflexionaba la autora.
“Quiero que mis historias sean algo que lleve a los demás a decir no solo ‘oh, eso es verdad’, sino que sientan una recompensa de mi escritura, y eso no quiere decir que tenga que haber un final feliz ni mucho menos, sino que todo en la historia mueva al lector de tal manera que sientas que eres diferente cuando termines de leerla”, reflexionaba en aquel discurso.
Esa “verdad” la conseguía con personajes genuinamente normales, no embarcados en grandes gestas sino atravesados por dudas cotidianas, por malentendidos, por discusiones, por pequeñas obsesiones o problemas médicos, en una suerte de odiseas íntimas que se convirtieron en marca de la casa.
En 2013 fue su hija Jenny, pintora, la que viajó a Estocolmo a recoger el premio de la Academia Sueca, debido al ya entonces frágil estado de salud de la escritora.
El entonces secretario permanente del comité literario de la Academia, Peter Englund, dijo una frase que ya para siempre quedará asociada a Munro: “Es capaz de decir en 30 páginas más que un novelista corriente en 300″.
La capacidad de síntesis eclipsaba un halago mayor: el hecho de que Munro no era una escritora “corriente”.