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Ya sea como Jorge Bergoglio en la diócesis porteña o como papa en el Vaticano, Francisco siempre dio prioridad a su preocupación por los que no tienen patria y las víctimas de la humillante trata de personas.
Por Lucas Schaerer

La sensibilidad del Papa Francisco por las víctimas de trata y los migrantes es uno de los pilares de su era. En Buenos Aires su evolución de iglesia en salida, o callejera para sus términos más porteños, abrió su capítulo, allá, en el 2008. Bergoglio ese año decidió cobijar en una misa a propios (los curas de las villas, las hermanas Oblatas, Red Kawsay, las parroquias del Decanato, el Departamento de Migraciones, el Equipo No a la Trata de la Comisión Nacional de Justicia y Paz) y extraños (las organizaciones populares: el Movimiento de Trabajadores Excluidos y la Fundación Alameda).La unidad para luchar, rezar, pensar y trabajar por los migrantes, las víctimas de trata y los excluidos.

Al próximo año se animó a más y desbordó a todos, tanto en la iglesia como a la militancia política e intelectual que en su mayoría aún no lo descifraba. El entonces cardenal llevó la misa al corazón de la trata y la exclusión en la Ciudad de Buenos Aires. En la Plaza Constitución, en la esquina de avenida Garay y Salta, rodeado de costureros rescatados de talleres clandestinos o fábricas textiles sin derechos laborales, cartoneros que traccionan la recolección del descarte del consumismo, mujeres que intentaban revivir del tenebroso mundo de la narco-explotación sexual, familias del campo sometidas a la servidumbre. Todos ellos se dieron la paz, entre el rezo del Padres Nuestro y el Ave María, y clamaron junto al jesuita por la conversión de los explotadores desde la plaza pública.

Pasaron 13 años y esa misma misa callejera bajo el lema “por una sociedad sin esclavos, ni excluidos” se abandonó sólo en el año pandémico. El jueves pasado, se retomó la celebración religiosa como cada 23 de septiembre, por otro gran gesto de Bergoglio que es recordar la primera ley en el mundo que condena la explotación sexual, que fue autoría de Alfredo Palacios.

Sin escenario y un micrófono que no funcionaba, el obispo de los curas de las villas, Gustavo Carrara, brindó la homilía a laicos, monjas, militantes sociales, gremiales y políticos, entre ellos el secretario general de la Unión de Trabajadores la Economía Popular (UTEP), Esteban “Gringo” Castro. Acompañaron la celebración de la palabra de Dios y la eucaristía, el obispo salesiano, Juan Carlos Romanin, el cura villero Lorenzo “Toto” Vedia y un puñado de sacerdotes. Las ofrendas desde el improvisado altar fueron desde un carro con cartón, hasta un libro con el testimonio de víctimas de trata sexual pasando a un afiche para la prevención de la explotación.

En su último libro “Soñemos juntos”, el Papa Francisco recuerda qué significó para él la misa-callejera por las víctimas de trata y la exclusión: “allí, en esa multitud orante, sentí el Buen Espíritu…lo que vi en la gente que se juntaba en la plaza Constitución era la multitud que seguía a Jesús: tenía dignidad y se organizaba”.

Estas son solo unas palabras de unas seis hojas donde el Pontífice revindica ir a las periferias y abiertamente marca las diferencias con las élites religiosas; para ello cita el ejemplo de Jesús “que derribó muros para estar cerca de su pueblo, en medio de su rebaño” porque el Señor sabía que “desde los bordes llega la esperanza…abracemos la periferia…los movimientos populares son sembradores de futuro, promotores del cambio que necesitamos: poner la economía al servicio del pueblo para construir la paz y justicia y defender la Madre Tierra”.